Siempre me he considerado gran amante de
los animales, especialmente de los perros. No disfruto viéndolos sufrir y
realmente lo paso muy mal cuando alguna vez me ha tocado presenciar algún
momento así. Recuerdo perfectamente que durante toda mi infancia pedí un perro
como mascota. Pero éste, por diversas cuestiones, no llegaba. Sí, en cambio,
tortugas (ya hace 27 años que las tengo), varios periquitos e, incluso, durante
unas semanas un gatito. Hasta que al final, con 15 años llegó tan ansiado
momento. Mi madre nos sorprendió con un perrito, pero a los dos días lo tuvimos
que devolver porque sus anteriores dueños lo echaban mucho de menos. Viendo lo
tristes que nos quedamos, una pareja amiga de mi madre en una escapada a
Albacete nos trajo una pequeña perrita abandonada y asustadiza, pero poco a
poco ella y nosotros nos cogimos un gran cariño. Nos consolaba
cuando estábamos tristes o enfermos y nos hacía reír con sus ganas de
jugar y divertirse. Una gran mascota. Sin embargo, hace unos días se cumplió un
año del día que nos dieron la fatal noticia: tenía cáncer. Fueron meses duros,
porque poco a poco sus ganas de vivir se iban evaporando hasta que en mayo dio
el bajón y llegó el fatal momento. Nos teníamos que despedir de ella. Fueron
unos momentos muy duros y aún hoy cuando escribo estas palabras, las lágrimas
brotan.
Yo aún no estoy del todo preparada para
suplir ese "vacío"; sin embargo, la familia sí, así que para
sorprenderles me puse a buscar un perro. Tenía y tengo muy claro que no los voy
a comprar nunca, ya que son tantos los que están abandonados que me parece más
acertado darles a estos pobres que han tenido una vida tan desafortunada un
lugar donde darles cariño. Mi primera idea fue ir a la perrera municipal de Zaragoza creyendo que sería el sitio más indicado. ¡Qué equivocada
estaba! Sabía que iba a ser duro, no sólo por la elección en sí, sino por dejar
a tantos perros allí esperando un final que sabemos que ocurre en estos sitios.
Pero al menos salvo a uno, pensé. Sin embargo, lo que no esperaba para nada era
el mal trato recibido por los humanos. Acudí con una amiga bastante ilusionada,
pero me volví totalmente decepcionada. Nadie te recibe en la entrada y tienes
que ir vagando por la perrera en busca de una persona que te asesore. Un
chico que se acercó a la entrada nos dijo que pasáramos dentro y
que preguntásemos Allí que fuimos oyendo de fondo los ladridos
y maullidos. Una vez dentro, nos encontramos con dos voluntarias que como
es obvio nos dijeron que poco nos podían ayudar. En ese instante, salieron
varios hombres que parecían ser los encargados así que les pregunté. Su
respuesta fue arisca, huraña y brusca. Parecía que
les estuviéramos molestando. "Entrad por las jaulas y mirad. Si
no encontráis, allí tenéis 150 perros adultos en mala situación". Así sin
más, sin un poco de asesoramiento. Me encantan los perros, pero no entiendo de
razas así que no sabía cuáles había y cuáles podían entrar dentro de mi
búsqueda. Yo pensaba que alguien te acompañaría, te ayudaría a elegir e,
incluso, te indicarían cuáles están reservados, porque sí algunos lo están y pueden
ser que te encapriches de uno y luego no puedas adoptarlos. Podíamos haber sido
unas personas totalmente crueles y haber hecho alguna salvajada, o haberlos
robado, o haberlos soltado... Toda esta situación de incertidumbre, cabreo,
enfado, indecisión, me provocó un shock del que no me supe sobreponer así que
nos marchamos sin decir nada a nadie (tampoco es que estuviese nadie cerca
nuestro).
Una vez ya en el coche, el shock fue
sustituido por la indignación. Como decía, estaba preparada para ver a los
animales y sentirme triste por ellos, pero no así por los humanos. Entiendo que
tengan que ser poco empáticos y fríos para que las lamentables historias de los
perros no acaben afectándote de tal forma que te derrumben. Sin
embargo, si llega alguien con ganas de adoptar, ¿no sería mejor aprovechar la
oportunidad y al menos salvar a uno? Es decir, hacer de comercial incluso y
venderte alguno, porque yo iba con una idea clara, pero igual me podían haber
convencido para llevarme otro. Además es una perrera municipal. Desconozco si
los que me trataron son funcionarios, personal laboral o se realiza a través de
una contrata; pero da igual. En cualquier caso, es municipal y por tanto, tiene
que haber una ética y una vocación de interés general, que por lo pronto aquí
no lo encontré. Además se está sufragándose gracias a nuestras
contribuciones así que se puede exigir un mínimo y seguramente estará recibiendo
cuantiosas subvenciones que no sé muy bien cómo se aplicarán. Todo lo
relacionado con la administración pública tiene que tener una
tendencia hacia el ciudadano, un trato y un saber actuar acordes con él, con la
amabilidad, con el buen hacer y si lo exijamos al entrar en cualquier
tienda, más aún en un estancia pública. Cosa que aquí no ocurrió. Me sentí
desencantada y lo que es peor, con mala conciencia por no haberme llevado un
perro no por culpa de los pobres, sino por los que gestionan la perrera que no
supieron darme el asesoramiento necesario.
A pesar de este mal afortunado incidente
con la perrera municipal, no se me han quitado las ganas de volver a tener un
perro, de al menos salvar a uno para que no acabe en las nefastas garras de ese
sitio. Son muchas las asociaciones que tienen perros a su cargo, así que
estoy en contacto con ellas y alguno le tocará la lotería y se vendrá a vivir
felizmente con nosotros.